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viernes, 22 de enero de 2010

Capítulo1-El cambio de mi vida.

Capítulo 1

Yo no sabía qué hacer. Había ido al puerto. Había visto a una chica con destellos que recorrían todo su cuerpo. Me había despertado en la puerta de mi casa por la mañana, y todo sin saber cómo.
Vi mí alrededor descubriendo que ahora todo lo que veía era diferente.
Lo que antes tomaba por un parque hermoso frente mi pequeña casa, con rosas y claveles en todos sus alrededores, con césped artificial cubriendo el suelo, con amantes besándose bajo la tenue luz del crepúsculo; lo que antes veía algo bello, ahora lo veía como algo normal, indiferente.
De repente, se me ocurrió una idea, y como sabía que era una idea buena, hice una historia sobre el acontecimiento tan sobrenatural que me había sucedido, para preservarlo del olvido. Comencé a escribir:


"Un chico llamado William, estaba tranquilamente paseando por el bosque cuando escuchó un sonido, como un cantar. Provenía del lado derecho de donde él se encontraba y parecía de una joven. La canción trasmitía melancolía, pero a la vez, hacía que William se encantara y siguiera ese cántico tan atrayente como el de una sirena.
Fue buscando a esa musa que solfeaba y la vio en la cima de un acantilado. Estaba sola y lucía un vestido blanco, haciendo que el sol reflejara en ella una luminosidad dorada. El joven se enamoró de su figura. Parecía un ángel.
La muchacha notó que alguien la observaba y con un gemido de susto, desapareció. William se sintió ofendido y desilusionado, pues esa hermosura se le escapó de las manos. Pero no iba a darse por vencido, no. Él iba a buscarla y a encontrarla. Él iba a mostrarle su amor por ella e iba a descubrir el porqué de esos destellos luminosos que cubrían su cuerpo."

¿Y ahora? Me había quedado en blanco. Tenía que saber más sobre esos seres extraños. Para poder escribir más sobre mi historia.
Decidí que era hora de entrar en casa. Me coloqué frente a la puerta de aluminio y pronuncié la clave para entrar:

-Zarzamora.- Y al articularlas la puerta se abrió de derecha a izquierda, como una puerta corrediza.
Entré y cerré la puerta; me encontraba en el descansillo, un sitio que constaba de un espejo, un armario para dejar las tablas voladoras y una pequeña mesa donde Frax, mi padre, guardaba todas sus pertenencias.
Para subir a mi cuarto primero tenía que dirigirme al salón, cosa que me incomodaba puesto que mi padre habría percatado de que no me encontraba esa noche. Pero quería prepararme para ir otra vez al puerto. Tenía que visitar a esas extrañas criaturas.
Al entrar en el salón, me encontré con la mirada de mi padre, furtiva. Él estaba desayunando una especie de papilla azul. Sabía que esa mirada iba acompañada de una paliza, puesto que mi padre era un hombre celoso, despiadado, repugnante y borracho.

-¡Rebeca!, ¿dónde has estado?-me gritó mi padre furioso golpeando la mesa con un puño.
-Me quedé dormida en el puerto, no ha pasado nada- le contesté sin preocupación alguna de que él me castigara. Y ese hecho estaba por suceder.
-A tu cuarto castigada, no saldrás en todo el día-me dijo. Acto seguido, se serenó y comenzó a comer sin dirigirme más la palabra.

-Pero, Frax...- proseguí intentando conseguir que no me castigase.

-No me digas ni pero ni pera. ¡A TU CUARTO!-atajó, furioso. Se levantó y se quitó la zapatilla.

-Vale. Vale, ahora voy-subí a duras penas a mi cuarto y al llegar, me tumbé en mi cama boca bajo.

Mientras intentaba tener una buena compostura comencé a pensar en lo que me rodaba:
Mi padre no podía conmigo. Yo me escapaba siempre que él me castigaba, bueno, siempre me castigaba. No tenía amigos ni familia puesto que las personas de mi sangre eran despiadadas y sin sentimientos, como mi padre. Me hacía gracia que todos mis familiares se frustraran por mí. Mis primos eran personas que hacían lo que se les mandaba y yo era la primera que me escapaba para leer un libro o para descubrir nuevas aventuras. La frase preferida de mi padre dirigida hacia mí era;

<< Esta niña me tiene harto, todo el tiempo metida en líos y encima haciendo que le compre más y más libros humanos, ¡como si fueran baratos!>>

Pero a mí me daba igual, sobre todo ahora. Estaba pendiente de mí historia y esos seres.
Despegué mi cara de la almohada y me senté en la cama. Observé mi cuarto con atención y tras pasar unos cuantos segundos noté que algo se movía en mi escritorio, siempre iluminado por una ligera luz amarillenta para que me pudiera concentrar al escribir. Me acerqué para ver lo que era, y hallé que era un papel. Lo cogí rápidamente y me dispuse a asegurarme de lo que era.
Vi un dibujo de una persona. Pero no una persona como todos parecía. Ésta era un humano. Un niño humano que años atrás había dibujado porque quería tenerlo como recuerdo.
Suspiré.

-Ojalá fuera como ellos- me dije.

Los habitantes de mi planeta eran iguales que en La Tierra. Es decir, teníamos el mismo físico pero no poseíamos sentimientos, por eso envidiaba a los seres humanos, porque ellos no se guiaban por su cabeza, como nosotros. Se guiaban por su corazón. Los sentimientos estaban por encima de la mente. Y nosotros, los Wanster éramos al revés. Había otra cosa en la que nos diferenciábamos, nosotros no teníamos que ir a la escuela, sino que teníamos una base de datos en nuestro cerebro y todo lo que nos enseñaban rápidamente lo guardábamos en esa memoria. Una virtud, al menos.

Suspiré de nuevo.

Después de contemplar otra vez el cubo a lo que se llamaba habitación, blanco en todos los sentidos; tanto la cama como los muebles; tanto la pantalla virtual que con mi dinero había conseguido como los forros de los libros que yo misma había fabricado.

Tuve un presentimiento y mi subconsciente me exigía ir hacia la terraza. Hice caso a ésta y me dirigí a la terraza. Una vez apoyada mis manos en la barandilla también blanca, inspiré el aire que azotaba suavemente mi cara y, al cerrar los ojos y volverlos a abrir, la cara de una mujer con destellos dorados ocupó mi mirada.
Me sorprendí y me asusté. Era una mujer que parecía un ángel, pero, la sorpresa, hizo que me acobardara.

-Shhh...Tranquila, soy buena. Quería pedirte perdón por las molestias de ayer -entre frase y frase mostraba una dulce sonrisa-.Cuando te toqué, noté que eras especial y te necesito -concluyó rápidamente la frase con afabilidad y me dio confianza.
Pasó la barandilla ágilmente y se quedó frente mía. Mirándome alegre, pero interesante.

Dejó que me rehabilitara, y cuando lo hice, pude distinguir su rostro.

Me miraba con unos ojos intensamente negros, a juego con el extenso cabello. Las cejas no las podía distinguir porque su frente estaba ocupada por un flequillo recto, y con unos labios carnosos me dirigió una grata sonrisa.

Su belleza suprema hacía que tuviera confianza en ella, y mi subconsciente no me negó que lo hiciera. Así que, sin pensar en mi padre ni familia, me incorporé y la miré. Le di la mano automáticamente. Y la chiquilla me sonrió de nuevo.

-Sígueme, por favor.- Me sugirió ésta.

Agarrándome la mano con fuerza, la muchacha se subió en el antepecho y tiró de mí. De pronto, las dos caímos hacia el suelo de la carretera, pero una luz azulada invadió mis ojos, aunque pude escuchar un grito que procedía de lo que parecía ser mi salvadora.

La siguiente imagen que contemplé fue agua. Agua en abundancia. Estaba en el mar. Pero, el agua me había cogido por sorpresa y no pude tocar pie; empecé a tragar y a tragar de ésta en abundancia.

-¡Ayuda!- logré decir después de unos intentos.

Pero nadie parecía escucharme.

-¡AUXILIO!- repetí.

Seguía sin obtener lo que necesitaba. Sentía que el agua se introducía en mi garganta, mis oídos, mi cuerpo, el agua me envolvió entera y una ola tragó mi cuerpo.
Empecé a ver borroso, distinguí que algo se acercaba a mí. Era como una especie de luz beldad que no paraba de moverse. Se dirigía hacia mí y pude distinguir unos ojos negros como el azabache y penetrantes como un espíritu.

Me estremecí.

Pero pronto descubrí que lo que esa luminiscencia quería hacer conmigo era salvarme. Por eso venía hacia mí asiéndome de las piernas intentando que no escapara y luego llevándome a la superficie, donde de nuevo podría experimentar la respiración y la luz del sol de mi galaxia.

Me dejé arrastrar por la mujer con destellos y me trajo a la orilla del mar.
Ahí, cerré los ojos y, atónita por lo que me había ocurrido, caí en una especie de cansancio.

Con mi vaga vista, contemplé que la muchacha luminosa a la que antes había conocido estaba al lado mía. Y noté que su mano cogía la mía y acariciándola. Sentí bienestar.

-¿Dónde estamos?- me atreví a preguntar.

-Nos encontramos en el único poblado nince del universo.
Me estremecí y la muchacha se dio cuenta.

-Tranquila pequeña. Los nince somos una especie tranquila, ahora sabrás porqué te necesitamos- susurró amablemente, y pude interceptar una sonrisa.

Después de cinco largos minutos echada en la arna y recuperando mi pulso normal, despegué la vista de ella y me incorporé tambaleándome. Aprecié un mundo nuevo. Vi que estaba lleno de árboles de colores. Hermosas personas destellantes saltaban danzando del agua a la tierra para recoger los frutos y oler las fragancias de ese paisaje. Vi que en ese lugar, esos seres sí que tenían sentimientos; había familias, parejas, amigos. Eran como los humanos, pero desprendían resplandores de colores que les hacían seres más maravillosos. Al principio no se dieron cuenta de mi presencia. Pero me estaba fascinando con esas personas que hacían que mis ojos se entreabrieran por la luz cegadora.

-¿Sois seres acuáticos?-balbuceé, todavía presa del asombro.

-Sí. Eres una chica lista -respondió con simpatía.
Todavía seguían sin verme. Pero, atendiendo a la ayuda que la mujer me pidió al conocerla me atreví a peguntar:
Pero, estáis en una sociedad perfecta. ¿Para qué necesitas mi ayuda si no tienes nada malo en este sitio?

-Verás, nosotros los ninces somos seres pacíficos y nunca hemos hecho nada malo. Pero otra especie reclama nuestra existencia y nos quieren destruir. Si ves ahora este mundo, puedes observar que somos seres libres y perfectos, pero en la realidad, siempre estamos al acecho de algún mal aéreo que ataca contra nosotros -seguía hablando amablemente, pero atisbé un tono serio en su voz.

-¿Entonces, hay seres aéreos? Vosotros sois los acuáticos, ¿no?-asintió- Hay una especie que no os quiere y quiere exterminaros. Ellos ocupan el aire…-asintió de nuevo- entonces, supongo que mi especie son los terrestres, ¿me equivoco?-la mujer sonrió y entre su rostro perlado por cristales mostraba unos dientes perfectos y blancos.

-Eres una chica muy curiosa, pero sí, tienes razón.

Al contemplar de nuevo el perímetro, me acordé de que había escrito una historia en la que tenía un panorama parecido. Saqué mi cuaderno y comencé a escribir la descripción de lo que veía. No veía si la mujer que estaba al lado mía me observaba, pero me daba igual.

-¿Qué escribes? A ver...-me quitó el cuaderno de las manos y lo leyó:

-“La doncella le enseñó a William de dónde provenía y él pudo advertir cosas extraordinarias que nunca antes había visto”... ¿Lo acabas de escribir? Eres muy buena, con solo una frase ya cautivas a todo aquél que te escuche.

-Gracias -me ruboricé.

-Bueno, necesitamos tú ayuda porque…. -Empezó a caminar delante de mí y dejó que su cabellera rubia danzara alrededor de ella.- Ven.
Ella me cogió de la mano y me guió a su ritmo – es decir, haciendo que yo corriera mientras ella andaba tranquilamente- por un sendero de tierra nítida en el que en los extremos florecían flores exóticas y grandes.
Me dí cuenta de que había muchos ninces que paseaban por ese camino que me vigilaban. Yo les ofrecía una sonrisa como saludo, pero ellos se detenían y me miraban asombrados.
Una nince en miniatura pelirroja y con un vestido blanco se alejó de lo que parecían ser sus padres y se acercó a mí, intentando coger el ritmo del que la nince que me llevaba iba.

-Toma- decía la niña corriendo y con una flor azul violácea en la mano.
A pesar de la admirable velocidad a la que mi nince iba, la niña aceleró el paso y me alcanzó, dándome por fin la hermosa flor.
Contemplé con dulzura como la niña volvía con sus padres y, unos de estos la cogía haciéndole cosquillas. Al dirigir otra vez la mirada a la mujer y escuché una carcajadilla. Y a pesar de la carrera que estaba corriendo, olí la flor.
Al llegar al fin de nuestro trayecto, la chica paró y dejó un tiempo para que me repusiera de la corrida.




Fui tras ella y las dos caminamos adentrándonos en una cascada de agua cristalina. Nos mojamos y dejamos atrás árboles coloridos y nubes fosforescentes.

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