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jueves, 28 de enero de 2010

Capítulo 6.

CAPÍTULO 6.

“Otro día más en esta isla”, pensé.
Me levanté e hice mis quehaceres diarios.
Recogí la ropa de la lavandería. Me guié por cada habitación y toqué las puertas para hacerles saber a todos los habitantes que la vestimenta ya estaba lista para ellos.
Barrí los pasillos de la residencia -que no eran pocos-y me dirigí hacia la biblioteca.
Otra vez me perdí, pero cuando entré me encontré con una gran sala circular en la que justamente en el centro había un escritorio. La gran pared que recorría el contorno circular no se veía a causa de las estanterías que contenían tantos escritos.
Me embobaba con todos esos libros, pero estaban en la antigua lengua nince y no eran novelas como las que a mí me gustan, sino que eran más bien libros escritos para saber la historia de los ninces o libros sobre la magia. Los ojeaba todos para intentar encontrar alguno que estuviera escrito en mi lengua. Pero…nada.
Con el quita-polvos esparcía la polvareda de los libros más antiguos. Eso de tener que utilizar la escalera porque no te dejaban hacer magia era demasiado costoso. Me cansaba. No podía volar hacia arriba para poder limpiar los escritos, y todo porque la adrenalina que tenía en mi interior haría que echase todo a perder.
Después de media mañana perdida en las escaleras me bajé de éstas. Estiré todo mi cuerpo y algunos huesos me crujieron. Ya había terminado de todo. Y pensé: vivir en una sociedad distinta es difícil, pero más difícil es hacer tantos ejercicios costosos cuando en toda tu vida no has hecho nada.
Mis cabellos rubios danzaban entre mi cara porque la estaba zarandeando para quitar el polvo. Quité las arrugas de mi vestido y recogí el quita-polvos para llevarlo a su sitio correspondiente.
Al recorrer las pasarelas iluminadas por una luz que provenía de la nada me percaté que alguien andaba tras mía.
Di un limpio giro, haciendo que los volantes de mi vestido ondearan distinguí que era Zaldan el que me seguía.
-¿Qué quieres Zaldan?- espeté intentando ocultar una debilidad en mi voz que desconocía.
-Sólo quería comentarte que me gustaría enseñarte el bosque- prendió mi brazo y yo gruñí.
-Lo primero, no me toques. Eres mi profesor no mi amigo. Y lo segundo, soy una persona autodidacta. –Mis ojos no podían resistirse a mirar los suyos. Así que lo hicieron. Percibí que en su mirada que estaba posada en mis labios, mostraba tristeza y dolor a causa de mi comentario obsceno.
El día anterior se había ido sin despedirse de mí ni de Sariña, y eso me enfureció mucho. Pero la compasión actuó como voz cantante en mi mente, mas no estaba dispuesta a perder contra esa sensación.
-Lo siento, otra vez será- terminé la conversación y me marché a la habitación.
Le dejé solo, con una mano todavía extendida donde segundos antes agarraba a la mía en ese mismo sitio.

En mi lecho, tumbada y tediosa, empecé a recapacitar en la idea de ir al bosque, pero sola.
Pensaba que era apropiado explorarlo todo yo, para así moverme mejor.
Sin lugar a dudas lo haría, y rápidamente cogí un zurrón que aprendí a hacer en enseñanza laboral. En éste introduje una cantimplora que contenía agua mágica y unos cuantos trapos curanderos que me dio por la noche Xania.
Antes de salir de la cascada, observé mí alrededor por si veía a algún nince. Pero no avistaba nada. Salí de la cascada y penetré entre el bosque mohoso y perfecto. Empecé bien con la expedición, pero terminé mal.
Al principio el hedor de las flores que danzaban sutilmente con el aire me alegraba. Saltaba el regocijo de mi interior y me adentré más y más a causa de la curiosidad, en el bosque.
La idea de ser divertido duró poro. Toda una tarde sin encontrar salida, estaba en un laberinto. Sentía que había cruzado el mismo sitio varias veces. Me encontraba sola ante ese lugar desconocido.
Y todo por culpa del sonido de la bruma, la fragancia a flores, el sonido del agua que fluía…Todo hacía que mis sentidos se perdieran por ese sitio arrastrándome junto a ellos.
Me senté en un tronco que hacía de banco, lleno de musgo. Miré al cielo translúcido y las facciones de mi cara se dulcificaron por la belleza del panorama. Sin pensar, apoyé las manos en el tronco, y me caí de espaldas debido al resbalón del musgo. Un quejido asomó por mi boca y mi mano cubrió rápidamente la zona donde me había hecho daño, la cabeza. Me incorporé en el suelo. Y de pronto, la melancolía invadió mi mente. Era un ser frágil, ausente de velocidad y que carecía de sabiduría. No era ni sería como los ninces. Nunca.
Suspiré. Y un estrépito llegó a mis oídos.
-¿Quién anda ahí?- intervine asustada.
El ruido del viento que azotaba las hojas de los árboles hizo que mirara arriba. Y la vista que obtenían mis ojos era impresionante; una persona con plumas y alas negras y unas extremidades inferiores acabadas en garras inundaba repentinamente todo el cielo. Sentí un estremecimiento.
Los ojos se me abrieron de par en par y de mi garganta fluyó un grito.
Por culpa de ese ruido que pronuncié, ese ser percató de mi existencia, y vi como planeaba para descender hasta llegar a mí.
Mientras procedía, yo me arrastraba nerviosamente a través del suelo hasta llegar a un sitio donde me reguardara de la criatura.
Pero era inútil, me podía oler.
Mi cabeza asomó a través del árbol donde me encontraba y vi que donde el ser acababa de apoyar en el suelo sus dos patas y estaba de pie. Podía distinguir las facciones de su cara; era algo muy extraño, tenía unos ojos grandes y dorados. Un mar de plumas negras cubría todo su cuerpo, y unas inmensas alas negras nacían en su espalda. Estaba encorvado y al menos la cara se podía ver sin plumas. Presentaba una piel pálida y unos ojos muy muy muy grandes y claros. Pude deducir que se trataba de un joven, puesto que su cara enseñaba rasgos juveniles. Era hermoso, cierto, “pero la belleza mata” dijo mi subconsciente.

Todavía seguía olfateando con una nariz caracterizada a la mía y al oler mi fragancia se dirigió hacia donde me encontraba, me observaba con esos ojos mientras se acercaba lentamente hacia mí.
Pegué un grito de horror.
No podía moverme, el pánico hacía que fuese inmóvil. Su mirada me hipnotizaba. Pero percibí que en sus ojos de yando no había maldad, sino curiosidad.
Las manos las coloqué delante de mi cara para no verle y cerré los ojos esperando a recibir el golpe. Pero noté que hubo un contacto, pero no brusco, había un contacto delicado. Posó sus dos manos sobre la palma de las mías, sus plumas suaves hacían que el tacto me reconfortara, me dulcificara. No quité mis manos, pero las tenía tensas. Entreabrí los ojos y vi que la enorme criatura que podría medir más de tres metros me miraba de nuevo. Fijé la vista en sus ojos, y esta vez no noté miedo o cólera en mi interior, sino caridad. Caridad porque era una criatura que tras esos plumajes negros y ese rostro humano contenía un aura frágil y exploradora.
Me sentía a gusto con su tacto e incluso mis labios produjeron una risa. Veía que él intentaba imitar mi gesto, pero no le salía bien. Reí. Todavía teníamos las manos unidas y al darme cuenta de con lo que estaba, con lo que mató a la familia de Xania, me aparté bruscamente.
-Apártate de mí- gruñí.
Parecía que el ser no me comprendía puesto que se acercaba todavía más.
-Aléjate bestia.- Le chillé. Eso sí que parecía haberle molestado porque profirió un aullido de dolor. Pero al ver que no fue de causa de mi comentario, éste se desplomó sobre mí, dejando caer su pesado cuerpo encima del mío. No podía moverme al principio, pero conforme pasaban las milésimas de segundos, notaba que su gran cuerpo se empequeñecía dejando como resultado la entidad desnuda de un chaval de unos diecisiete años, con el pelo color café con leche y los ojos cerrados.
-¿Qué hacías con eso?- intervino una voz masculina.
-¿Qué? ¿Qué pasa? Aihh… Me he dado un golpe en la cabeza a causa del impacto con el…-vi que la persona que me hablaba era Zaldan, ahora enojado.- Zaldan, eh… ¿Qué haces aquí?-me incorporé dejando al cuerpo inerte del joven en el suelo.- ¿Qué le has hecho?
-Somníferos. No lo mataré, pero si tuviera el arma necesaria aquí lo haría.-habló con voz seria- ¿Y tú que haces aquí? Se suponía que no querías ir a pasear conmigo por esta zona- capté un tono afligido en su voz.
-Yo…es que…no…-farfullé.- Es imposible, no sé qué decir- concluí.
-Ya veo que prefieres perderte y encontrarte con eso-señaló a la criatura convertida en humano- antes de explorarlo como es debido con un amigo.
-Pero…Zaldan, es que no lo entiendes – me acerqué a él y le agarré el hombro- Tú habías desaparecido ayer sin despedirte y eso me enfureció.- Hablaba duramente y su cara se convirtió en espasmo.- Lo siento por lo de tu familia.
-No pasa nada- apartó mi brazo de su hombro.- Es sólo que desaparecieron, los dos. A mí me trasladaron a los cinco años ninces a la residencia, y allí vivo desde siempre.
Le abracé.
- Lo siento por enfadarme contigo y haberte tratado tan mal. No nos conocemos, pero seguramente que seremos grandes amigos.- Inquirí intentando ser dulce.
Zaldan respondió a mi abrazo y noté que me acariciaba el pelo. Pero al yo tocar el suyo, noté que no estaba su larga cola rubia.
- ¿Qué has hecho con tu pelo?
- Me lo corté ayer por la noche. Me aburría.- Notaba que su aliento rozaba mi frente y eso me hizo sentir escalofríos.
Me aparté patosamente y vi que su cara adoptaba una expresión de confusión.
- ¿No te gusta que dos amigos se abracen?
-Hay que ser precavido. – Hice un ademán de asco hacia él
-Pequeña ingenua. Todavía no has experimentado el amor, y al verte atraída a mí crees que es eso. Cuanto te queda por aprender- se irguió.- Bueno, tenemos que marcharnos antes de que los demás yandos vengan.
-Pero, ¿Qué hacemos con el cuerpo? No está muerto…
-Ni lo estará a menos que le incrustes una espada de oro en el corazón-dijo Zaldan circunspecto.
- ¿Entonces qué aremos?- volví a repetirle la pregunta con distintas palabras.
- Lo dejaremos aquí. Se despertará dentro de poco, cuando recuerde que está en un sitio que no le pertenece volverá a su hogar- y completó con un suspiro- espero que no le hayas mirado a los ojos. Menos mal que le clavé la flecha rápidamente.
-¿Qué pasa si se le mira a los ojos a un yando?- pregunté.
-Que se crea un vínculo que une al aura del ser con la del yando. ¿Por qué lo preguntas? No le habrás…
-No, tranquilo-mentí- sólo lo digo porque tengo que estar informada, ya sabes. ¿Y qué hace eso del vínculo entre las dos auras?
-Pues gracias a eso sufres unas series de alucinaciones relacionadas con el pasado del ser, eso es lo primero. Lo segundo es que posees algunas características de su raza. Y lo tercero es que la relación entre esas dos auras va a crear que pronto ninguno pueda vivir sin el otro.
La cara se me quedó helada al escuchar esas palabras y Zaldan siguió hablando:
-Pero como tú no has visto nada en sus ojos pues no te tienes que preocupar por nada - momentáneamente sentí un mareo. La oscuridad irrumpió en mi mente, mas todavía escuchaba pequeños susurros como “Rebeca despierta” “Rebeca, ¿qué te pasa?”
Y el sueño me ganó.

Mi mente reaccionó pero mis ojos no se abrieron, agudicé el oído para ver quién estaba profiriendo sonidos.
-¿Otra vez está así? Le ha sucedido ya unas cuantas de veces.- Era la voz de Xania.
- Sí. Estaba en el bosque conmigo y de pronto se cayó. Yo la cogí en volandas y tuve que volar con magia, parecía estar mal.- Zaldan parecía estar preocupado.
-¿Qué hacíais en el bosque los dos? – preguntó interesada la curandera.
- Le quería enseñar el bosque pero se negó y cuando estaba en el balcón de mi habitación mirando al sol, vi que ella se dirigía al bosque. La seguí y la encontré con un Yando, creo que se estaban mirando.- Un temblor recorrió los labios de Zaldan al decir la última palabra.- Pero ella negó firmemente, y se cayó.
-¿¡QUÉ ESTABA CON UN YANDO!? Xania, tranquila- se dijo a sí misma y luego le habló nuevamente a Zaldan.- Te tengo que estar agradecida, ¿por qué lo hiciste?
-Bueno…Xania…Sabes muy bien que esta niña cautiva a todo cuan desea. Y a parte de a ti…me ha enamorado a mí también. Nunca había visto a una niña tan segura de sí misma ni tan fuerte. Ciertamente es perfecta.- Suspiró.
Los demás comentarios no los pude escuchar porque un pitido llenaba mis oídos. Pero más que un pitido era un sentimiento halagador. Zaldan sentía algo por mí, y yo también sentía algo por él.

Abrí los ojos y vi a Zaldan a mi lado.
-¿Dónde está…?
Me cayó.
-Está cogiendo hierbas. Para curarte.
- ¿Y tú qué haces aquí? ¿No tendrías que dar clases?
-Creo que para las veces que te has caído es mejor que esté contigo. Prefiero salvar una vida.
-Gracias.
Me cogió una mano.
-De nada. Ahora cállate y duérmete.
Le hice caso y con el suave tacto de sus grandes manos me dormí con una sensación placentera.

Otra vez me encontraba en mi habitación. Abrí los ojos y vi el techo luminoso. Me incorporé y me estiré. “Qué día me espera hoy.” Me dije.
Vi mi bloc de notas y comencé a escribir sentándome en la silla que daba el pequeño escritorio:

William la observaba. La observaba siempre. Estaba cautivo en sus miradas, sus curvas, su hedor. Cada vez se obsesionaba más y más. Pero veía que ella se le escapaba, puesto que un hombre exigía la conyugación y ella no se podía negar ante tanta brutalidad.
William guardaba desamparado la llegada de su amor todas las noches, pues antes de ella prometerse, él la salvó de una caída desdicha y, ésta contuvo un amor en su interior que más tarde iba a ser infortunado. Los dos amantes se encontraban las noches de luna llena para verse, para guiarse por la pasión, para entregarse el uno al otro. La muchacha se enamoró de él, pero lo hizo cuanto menos lo esperaba y cuanto menos falta le hacía.

Cogí el nuevo vestido que había fabricado y me lo coloqué. Fui hacia el espejo más cercano – las paredes eran espejos, no me tenía ni que mover- y contemplé mi menuda figura; la chica que se reflejaba ante el espejo era de tez morena a juego con los ojos, una cabellera rubia y larga cubría el rostro y un cuerpo sin curvas y dos pequeños bultos se asomaban por el pecho. Mis ojos obtuvieron melancolía y mi mente pensó “cómo voy a poder gustarle a algún nince”. Pero pronto deseché la idea. Estaba todos los santos días repitiéndome que soy inútil. ¡PUES NO! Yo era igual que todos ellos a pesar de la diferencia de raza.
Esta vez me apetecía dejarme el cabello suelto y resaltar los rizos. Así hice.
Salí de la habitación donde me había dejado olvidado el zurrón y fui en busca de Zaldan, todavía tenía algunas cosas pendientes que hablar con él.

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